sábado, 6 de diciembre de 2008

Viajando mentalmente

Mientras conversaba con Lego, nuestra imaginación voló hasta el punto de vernos en Oaxaca. Gracias a esto, fue que logré darle rienda suelta a la creatividad, para vislumbrar aquel viaje que en algún momento, espero realicemos. Es sólo un pequeño esbozo de lo que me gustaría vivir. Nuevamente, muchas gracias flaco, por permitirme estos momentos de inspiración.

Finalmente llegamos a Oaxaca. Encontramos ese pequeño parque del que hablabas. Logramos ser partícipes de toda la algarabía del mercado, reconocimos la realidad de aquellos infantes en sus tiernos rostros, y mientras recorrimos la ruta para llegar a las localidades más alejadas, conversamos con el chófer del taxi aquél, el cual nos contó unas cuantas aventuras de sus “buenos tiempos”. Todavía no sé en qué momento acepté la propuesta, sin embargo, debo afirmar que me conmovió todo aquello que en mi burbuja rosada, era inexistente. Pero esta conmoción me perturbó hasta el alma. Y es que ¿sabes? Aunque me duela aceptarlo, es increíble el efecto que los sentimientos encontrados tienen sobre mi ser. Aún pienso que tuvimos que haber aceptado la cortesía de aquella indígena al intentar darnos un "tour" por el lugar. Pero con tu zapoteco escueto, y mi poca experiencia en esto, ni cómo decir que sí. No creo que tuviese intenciones de alevosía; lo único que hace - a mi parecer - es ganarse la vida. Me encantó indudablemente presenciar la Guelaguetza, y mientras dimos una vuelta por el centro, apreciar las exposiciones que en ese momento se presentaban. Aceptaré que adoré el pozahuanco que me regalaste, pero lo que más me gustó de ello es que preferimos el que la niña bordó con sumo empeño, cuidado y amor. El alebrije aquel, que nos regaló aquella pareja triqui, se ha convertido en el elemento favorito de mi habitación. Agradezco que me permitieses quedarme con esta posesión, fue algo muy especial. Aunque, siendo completamente sincera, lo que más añoro es la risa de los niños tzotziles que conocimos, y todos esos momentos que me encantaría poderlos haber congelado y guardar en el baúl de los recuerdos. Las fotos, creo, son el único recuerdo tangible de toda esa maravillosa experiencia que me permitiste vivir. Desde el fondo de mi alma, puedo decir que guardaré todos aquellos recuerdos lejanos en mi memoria, pero sobre todo, en mi corazón. Mi espíritu viajero aguardará la nueva aventura, con el anhelo y entusiasmo de tener nuevas vivencias, que me den la oportunidad de no sentirme ciega en este mundo, abriendo mis horizontes y mi ser. Supongo esto es lo más remunerativo de la vida: estar al lado del camino, contemplando nuestra inherente realidad.

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