viernes, 18 de septiembre de 2009

Incipiente...

Sólo a través de la lluvia logré visualizarlo. Y fue extraño, pero sobre todo cautivante la forma en que se acercó, la forma en que me miró. No creí que en algún determinado punto, después de mi soledad y desinterés en estos temas, pudiera inhibirme un par de ojos color marrón, y más aún, que me inquietase de tal forma, esa sonrisa… única en su haber.

Me sentía ilógica, tonta, pueril. No imaginé que mi vida cambiase de pronto así. Sólo fue que sucedió, y cuando menos buscaba, cuando menos pensé, mi corazón gritó sin más, aunado del silencio de mi alma, que poco se atrevía a amar.

Dudé. Millones de veces pensé y pensé que no se traba más que de una idea en mi sistema. Intenté creer que era sólo una tonta quimera, una vana ilusión, una forma de escapar de aquello que tanto dañó mi interior. Fue entonces que el tiempo se encargó de borrar todo ese pasado… de desvanecerlo, hacerlo nebuloso, intacto. Sin más, justo cuando empezaba a no creer, cuando empezaba a aceptar mi nuevo estado indoloro, un haz de estrellas centelleantes dio paso a una nueva sensación.

Y entonces comencé de nuevo...

martes, 1 de septiembre de 2009

Daniela...

La quería. Existía ese algo que lo hacía sentirse especial en su compañía. No entendía las razones, los motivos, las causas o fundamentos que hacían que fuese ella y sólo ella quien le rememoraba y al mismo tiempo le causaba tantas emociones al mismo tiempo. Sólo le bastaba el sentirse feliz a su lado, el tener un poco de su esencia, su presencia, su existencia. No había otra, no había alguien más… Sólo ella… ella hoy, ella ayer, ella mañana… ella por toda la eternidad…

Le decían Dani. Pero para él era su luz de esperanza, el reflejo de su alma. Esos ojos centelleantes y esa melena castaña le recodaban tanto a ella. Le gustaba llamarla mi niña, ya que le hacía sentirse lo que siempre quiso ser para ella: el héroe de su historia. Finalmente, cree que hasta cierto punto si llegó a ser ese hombre – tío Dany, como ella le decía – que le cambió el mundo.


Tuvo un sueño en alguna ocasión, en el que ella aparecía, y provocó sentimiento tal que se prometió amarla en cuerpo y alma en el momento en que la encontrara. No dejó este pensamiento en algunos años, y fue hasta un lustro después que sin más, conoció a la chica de sus sueños. No había duda, era la misma. Los mismos ojos castaños, el mismo cabello rizado, los mismos hoyuelos en esa bella sonrisa; la misma silueta de diosa que recordaba de ese sueño tan real. Sin embargo, su andar, su hablar, no eran como lo había pensado. Se trataba de una chica de andar desenfadado y un peculiar lenguaje en el que utilizaba frases altisonantes que no provocaban espanto en su persona. Y aún así, era ella.

Inició el plan de conquista ayudándole con el equipaje. Ella sonrío y la ausencia de caballerosidad en su vida la delataron. Se sonrojó ante la amabilidad del chico, y accedió con una mirada fugaz al caballero. Así llegaron al destino de la chica, y de despidieron con un tonto adiós.

La espera lo carcomía. Pensaba que sería la última vez que la vería y se sintió el hombre más estúpido al no haber entablado un lazo más real. Ni un número telefónico consiguió gracias a su gentil hazaña. Sin embargo, a los pocos días, cayó en cuenta de que audazmente, la chica le había dejado una nota en su chaqueta, y así, sin más, decidió telefonearla.

- Bueno
- ¿Qué tal? Estoy llamando a la casa de … - Era el mayor perdedor… ni siquiera preguntó su nombre – Lo siento, no pregunté su nombre…
- Eres el chico amable… ¿el que cargo mi equipaje?
- ¡Sí! ¡Ese mismo – no sabía en sí de la emoción
- ¡Ah! Pues… hola… soy Mariana
- Y yo Daniel

Después de un afortunado pero tonto encuentro telefónico, se vieron. Así lo hicieron algunas veces más, y con el tiempo se fue construyendo una relación tierna, sincera. Ella era la persona más divertida, más simpática, más tierna. No entendía cómo era posible que quisiera salir con él, estar con él. Pero lo hacía, y parecía que pasaba buenos momentos a su lado.

Una genuina y plácida tarde, decidió que sería una buena ocasión para invitarla a dar una vuelta por el centro. Sin embargo, ahora sería algo más serio. De modo que prefirió llegar a su casa en vez de hablarle, y en el camino compró una rosa. Era el hombre más afortunado, había logrado llegar al corazón de la chica de sus sueños. Llegó al portal de la casa. Tocó una vez. Nadie salió. Tocó otra vez. No hubo respuesta alguna. Tocó en una tercera ocasión, pero estaba comenzando a preocuparse. Sin respuesta. Le llamó, y alcanzó a escuchar la contestadora adentro. No estaba.

Decepcionado, se marchó a su casa. Sin embargo, decidió seguir sus actividades y así pasaron los días. No supo de ella en varios días, meses, años. Llegó a un punto, en el que creyó que todo ello había sido un sueño más, y dejó pasar esta etapa de su vida para seguir con todo lo que le deparaba el futuro. Su rutina se convirtió en otra, en la ausencia de ella. A veces, cuando pasaba por su departamento, daba pasos más cortos y lentos, esperando que en cualquier momento, ella saliera del mismo o que viniera llegando a su hogar. Pero no fue así.

Después de varios años, él se convirtió en un joven exitoso y con un futuro prometedor. Había formado una familia y tenía una esposa que adoraba, así como dos hijos que le habían brindado muchas satisfacciones. Pero la idea de ella no lo abandonaba. De vez en cuando la soñaba, y despertaba sobresaltado asustando a Carmen, su esposa. Él le mentía diciéndole que era estrés por el trabajo.

En cierta ocasión, cuando regresaba del trabajo para comer, sucedió algo que no hubiese imaginado. Se sentó a la mesa y la sirvienta le hizo llegar su correspondencia. A Carmen le molestaba que la leyera en la comida, de modo que guardó el paquete en su bolsillo. Habiendo terminado, subió a su despacho para leer la correspondencia. Observó desinteresadamente uno a uno los sobres que se le entregaron, y entonces encontró uno que le llamó la atención. No era de algún cliente, o de una empresa, no tenía impreso el sello que automáticamente le informaban que eran cuentas por pagar. No. Se trataba de un sobre diferente. Entonces vio el remitente. Mariana Ponce. Era ella. Impulsivamente deshizo el sobre y desdobló un fino papel para leer.

Septiembre 20

Dany:

No sé porqué estoy escribiéndote. Quizás ni siquiera me recuerdas, o peor aún, me has borrado de tu vida por el odio que supongo sientes por mí. No te culpo. Fui la persona más cruel y despiadada. Sin embargo, quiero que sepas que no quise herir tus sentimientos, no quería hacerte sufrir. La realidad es, que creo que lo hice, y no tengo justificación alguna, pero debo decir que las causas que me obligaron a marcharme fueron más fuertes que lo nuestro. Entiéndeme Dany, yo no quería irme, no quería apartarme de ti. Sufrí mucho por tal hecho, y me sentí el peor ser humano al momento de hacerlo. Pero como ya te mencioné, tuve que irme. Fue un motivo familiar, en el que tenía que huir, o moriría. No hubo forma alguna en la que pudiera comunicarme de modo seguro contigo, pues cualquier medio que usase sería contactado por las personas que nos intentaban hacer daño. Sin embargo, quiero que sepas que no dejé de pensar ni un minuto en ti. Es ridículo que a estas alturas lo diga, porque estoy segura que después de once años seguiste con tu vida, formaste una familia, te propusiste ser feliz. Y finalmente, eso era lo que quería. Que fueses el hombre más feliz. Te ruego me disculpes, pues estoy moviendo fibras del pasado, y estoy consciente de que no es justo. Pero, después de tanto tiempo, creo que es el momento adecuado para pedirte una sincera disculpa por todo aquello que hice, sin pensar en lo que fueses a pensar, o sentir.

Tengo una hija. La llamé Daniela. Deberías de verla. Tiene unos ojos verdes como los tuyos, hermosos. Cada vez que me mira y me dice “mami” siento que veo algo de ti en ella. Es tan hermosa. En noviembre cumple cinco años. Es mi vida. No me casé. Cuando huí tuve que vivir como fugitiva alrededor de cuatro años, y fue hasta que me asenté en el norte del país que conocí a su padre. Todo iba bien, parecía que seríamos una pareja ideal. Me comprometí y al poco tiempo, me embaracé. Pero antes de nuestra boda, tuve que huir nuevamente de mi residencia, y cuando Rodrigo intentó defendernos, murió. Fue un hombre muy bueno, y me amó. Yo lo quise mucho, pero cuando me fui del país, sufrí el tener a mi hija lejos de su familia, y en ausencia de padre, tuve que cumplir el rol de ambos. Ella es muy lista, por ello tuve que explicarle que su padre murió para protegernos.

Daniel, yo sé que no tengo derecho de pedirte esto, porque tienes todo el derecho de odiarme, pero eres la única persona en la que puedo confiar. Por ahora no ha ocurrido nada respecto a mi seguridad, sin embargo, sé que no tengo mucho tiempo antes de que me suceda algo. Lo presiento, siento a la muerte cerca. No quiero que a mi hija le ocurra nada, no puedo permitirlo. Ha sido la fuerza para mi existencia, el motor que permite que siga luchando por tener una vida normal. Es lo que más amo en este mundo, y por lo mismo, no puedo permitir que nada le ocurra. Me gustaría, que antes de que suceda algo, te hagas cargo de ella. Te lo suplico, por el lazo que tuvimos, por el amor que nos brindamos, por lo que fuimos…

Espero recibir alguna respuesta de tu parte. Confío en ti, Dany, y sobre todo, te amo.

Siempre pensando en ti, Mariana.