martes, 13 de octubre de 2009

Sólo ella

No la veía así desde hacía años. Aquella ocasión, lo que tanto la enloqueció, fue la muerte de su padre. Su rostro reflejaba tristeza, dolor y decepción, sin embargo, su mirada desprendía ira y odio. En esa ocasión las lágrimas resbalaban y formaban un cauce interminable. No pensé que volviese a tener algún resquicio de aquel cúmulo de sentimientos. Estaba equivocada. Ahora lucía demacrada, albergando al llanto más doloroso que he visto. Su voz se quebraba, era incapaz de articular palabra sin romperse en llanto. Me parecía inverosímil que esa mujer de porte altivo, de andar seguro y voz profunda, se pudiese desplomar de tal forma. En ese estado, parecía una niña de seis años haciendo berrinche al haberle arrebatado su muñeca. Se veía indefensa, inconsolable, y transmitía cierta ternura que en sus cinco sentidos no habría logrado tener. La abracé. No dudó un segundo en ser receptora de ese cariño, del poco consuelo que intenté brindar. Me sentí bien después de todo, ya que al menos fui capaz de hacerme presente en momento tan difícil para su vida. La sobresaltó mi llanto. Siempre he tenido esa debilidad por sentir lo que el otro, y en ese momento, me invadió la pena al punto tal de llorar con ella. Bonito consuelo. Me enojé con mi sentimentalismo por presentarse en el momento menos apropiado, cuando se suponía tenía que ser el apoyo de ella. Sin embargo, recibió de buena forma mi compañía, y hasta podría decir que se sintió conmovida ante mi reacción. No me dejó ir. Me sostuvo fuerte y ahí permanecí a su lado, callada y pensativa, intentando entrar en aquella mente encontrada a sólo unos cuantos centímetros de distancia. La observé. No pude más que hacer eso. Estaba absorta en aquel vaivén de pensamientos, mirando hacia el infinito, sumisa ante el poder de aquel evento que le ocasionó ese quiebre interior. Se recostó en mi regazo y comencé a acariciar su cabecita rizada con tonos rubios y aperlados. Jugué con su cabello alrededor de una hora, hasta que el cansancio se hizo presente y el llanto se efecto. Se quedó dormida. Fue entonces que sólo pude romper en un llanto silente y vivir mi propio duelo, mientras levantaba una oración para aquella mujer que tanto me brindó, que tanto me enseñó.

martes, 6 de octubre de 2009

Entendiendo la felicidad

Le quería regalar su dicha, sus buenos momentos, su felicidad a todos aquellos que la rodeaban. No cabía en sí de la emoción que sentía, por cada atardecer visto, por cada anochecer en cualquier punto alto de la ciudad admirando esa bella vista iluminada, que tanta esperanza le causaba. No era capaz de describir todas esas sensaciones, todas esas emociones que le causaban caminar a la luz de esa luna de octubre, o admirar esa puesta de sol, en compañía de su amiga soledad.

Por primera vez se sentía plena, realizada, y contenta al lado de su compañera. Disfrutaba de ella, y al mismo tiempo, encontraba que se reconocía como nunca. Hacía tiempo que le había perdido el gusto a su fiel amiga, haciendo alarde de que no le permitía ver más allá. Quizás no lo hacía, porque de alguna forma la hacía internarse a ese mundo que temía: a los más misteriosos y profundos secretos de su alma.

Ese día, su sol brillaba más que nunca. Tal vez era uno en un millón, pero cómo lo saboreaba. Así, no importaba si el día de mañana las cosas cambiaban, si no quería saber nada de nadie, si quería que la vida terminase; ese día no… ese día no importaba otro. Era feliz, sin otra razón más que el hecho de que sus pies se encontraran sobre este suelo, sobre este mundo. La conmocionaba, y en ese rostro estupefacto de tanto cobijo, de tanto calor por parte de aquella luz, se escribían todas y cada una de aquellas palabras de gozo, placer y buenaventura. Su rostro irradiaba vida… y eso bastaba.

Había dejado a un lado aquella máscara de tristeza, pena y llanto. La guardó durante algún tiempo en el cajón de los recuerdos, para usarla sólo en ocasiones necesarias, sólo en los momentos críticos. Ahora, se permitiría una nueva perspectiva, y culminaba una etapa más que aunque la había transformado, llegaba a su fin.



- ¿Por qué ríes? - le dijo su compañero
- Por nada… es sólo que hoy lo entiendo

viernes, 2 de octubre de 2009

El príncipe

Creyó en el destino toda su vida. Estaba segura de que las cosas sucedían por una razón, y que las personas que se cruzaban en su camino de algún modo cumplían una función, y algunas más, dejaban huella. Desde pequeña, tuvo la creencia de que en algún momento su príncipe llegaría. No sabía si sería azul o verde, pero tenía el claro objetivo de que sería la persona que siempre soñó. Así pasó el tiempo, y la niña creció. Tuvo una vida normal en la que muchas personas fueron parte de su libro.

Sin embargo, ese motor en su vida, aquella creencia en el chico ideal, fue tergiversándose con el tiempo. En su viaje, existieron muchos caballeros con aspecto de príncipes, pero fueron muy pocos los que en realidad se comportaron como tales. De modo que, tuvo muchas decepciones, muchas falsas ilusiones que la obligaron a ser una joven incrédula. No estaba dispuesta a soportar otro evento que le dejara un dolor más fuerte a los que ya había experimentado. Su mundo entonces se cerró de tal forma, que no se permitía historias que la maravillaran, que la hechizaran. Estaba ensimismada en temas superfluos, vanos. No le interesaba encontrar a esa persona, o mejor dicho, no quería brindarse la oportunidad por temor a una nueva herida en su corazón.

Un día, sin esperarlo, hizo gala de aparición su príncipe. Era un chico noble y agradable, tenía un corazón enorme y le brindó su amistad. Ella le tenía mucho cariño y lo consideraba alguien especial en su vida, sin embargo, las ideas del amor ya no tocaban a su puerta, y nunca logró darse cuenta de todas aquellas señales que el chico le mandaba. Inconscientemente, repelía todos aquellos gestos de amabilidad y cariño por parte de su príncipe. Hubo un momento, en el cual la chica se preguntó lo que estaba ocurriendo, y dudó acerca de sus sentimientos hacia él, sin embargo, no quería tener una historia más de dolor. De modo que eliminó aquella idea y siguió su rumbo, intentando cumplir sus objetivos, siendo fiel a sus ideales, siempre independiente y feliz…

Fue un evento difícil el cual la hizo aceptar su realidad. En cierta ocasión que se encontró frente a la muerte, se dio el espacio para analizar qué cosas sucedían a su alrededor, cuál era el motor de su vida, qué era lo que había hecho y aquello que había dejado de hacer; qué estaba realmente haciendo en este mundo, y qué le gustaría hacer antes de partir. Sin que se lo pidiera, su príncipe estuvo con ella en todo este tiempo de duelo. La llenaba de atenciones, de cuidados. Siempre estuvo presente, y jamás pidió algo a cambio.

Una noche, de aquellos días trágicos en la vida de la chica, él la llevó al centro de la ciudad. Intentaba que saliera de todo ese ambiente crudo y triste. Realizaron una caminata por los andadores de aquellas calles con edificios de época, intercambiaron ideas y gustos mientras disfrutaban de la música que emanaba de los centros de entretenimiento ubicados en la zona, y saborearon algunos de los platillos típicos que se vendían en el lugar. Cuando estaban a punto de partir, después de una velada agradable y placentera, una vendedora de rosas se les acercó. Él sin más, tomó la más hermosa de las flores y se la dio a la chica. Después de pagar, siguieron su camino y entonces él se detuvo, en medio de un andador, y la miró fijamente. Se acercó lentamente, y entonces la besó. Ella no sabía todo lo que causaba en su persona, hasta ese momento. Dejó que el momento se congelara, y entonces entendió que siempre había existido. Era él.