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Sólo ella
No la veía así desde hacía años. Aquella ocasión, lo que tanto la enloqueció, fue la muerte de su padre. Su rostro reflejaba tristeza, dolor y decepción, sin embargo, su mirada desprendía ira y odio. En esa ocasión las lágrimas resbalaban y formaban un cauce interminable. No pensé que volviese a tener algún resquicio de aquel cúmulo de sentimientos. Estaba equivocada. Ahora lucía demacrada, albergando al llanto más doloroso que he visto. Su voz se quebraba, era incapaz de articular palabra sin romperse en llanto. Me parecía inverosímil que esa mujer de porte altivo, de andar seguro y voz profunda, se pudiese desplomar de tal forma. En ese estado, parecía una niña de seis años haciendo berrinche al haberle arrebatado su muñeca. Se veía indefensa, inconsolable, y transmitía cierta ternura que en sus cinco sentidos no habría logrado tener. La abracé. No dudó un segundo en ser receptora de ese cariño, del poco consuelo que intenté brindar. Me sentí bien después de todo, ya que al menos fui capaz de hacerme presente en momento tan difícil para su vida. La sobresaltó mi llanto. Siempre he tenido esa debilidad por sentir lo que el otro, y en ese momento, me invadió la pena al punto tal de llorar con ella. Bonito consuelo. Me enojé con mi sentimentalismo por presentarse en el momento menos apropiado, cuando se suponía tenía que ser el apoyo de ella. Sin embargo, recibió de buena forma mi compañía, y hasta podría decir que se sintió conmovida ante mi reacción. No me dejó ir. Me sostuvo fuerte y ahí permanecí a su lado, callada y pensativa, intentando entrar en aquella mente encontrada a sólo unos cuantos centímetros de distancia. La observé. No pude más que hacer eso. Estaba absorta en aquel vaivén de pensamientos, mirando hacia el infinito, sumisa ante el poder de aquel evento que le ocasionó ese quiebre interior. Se recostó en mi regazo y comencé a acariciar su cabecita rizada con tonos rubios y aperlados. Jugué con su cabello alrededor de una hora, hasta que el cansancio se hizo presente y el llanto se efecto. Se quedó dormida. Fue entonces que sólo pude romper en un llanto silente y vivir mi propio duelo, mientras levantaba una oración para aquella mujer que tanto me brindó, que tanto me enseñó.
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