viernes, 2 de octubre de 2009

El príncipe

Creyó en el destino toda su vida. Estaba segura de que las cosas sucedían por una razón, y que las personas que se cruzaban en su camino de algún modo cumplían una función, y algunas más, dejaban huella. Desde pequeña, tuvo la creencia de que en algún momento su príncipe llegaría. No sabía si sería azul o verde, pero tenía el claro objetivo de que sería la persona que siempre soñó. Así pasó el tiempo, y la niña creció. Tuvo una vida normal en la que muchas personas fueron parte de su libro.

Sin embargo, ese motor en su vida, aquella creencia en el chico ideal, fue tergiversándose con el tiempo. En su viaje, existieron muchos caballeros con aspecto de príncipes, pero fueron muy pocos los que en realidad se comportaron como tales. De modo que, tuvo muchas decepciones, muchas falsas ilusiones que la obligaron a ser una joven incrédula. No estaba dispuesta a soportar otro evento que le dejara un dolor más fuerte a los que ya había experimentado. Su mundo entonces se cerró de tal forma, que no se permitía historias que la maravillaran, que la hechizaran. Estaba ensimismada en temas superfluos, vanos. No le interesaba encontrar a esa persona, o mejor dicho, no quería brindarse la oportunidad por temor a una nueva herida en su corazón.

Un día, sin esperarlo, hizo gala de aparición su príncipe. Era un chico noble y agradable, tenía un corazón enorme y le brindó su amistad. Ella le tenía mucho cariño y lo consideraba alguien especial en su vida, sin embargo, las ideas del amor ya no tocaban a su puerta, y nunca logró darse cuenta de todas aquellas señales que el chico le mandaba. Inconscientemente, repelía todos aquellos gestos de amabilidad y cariño por parte de su príncipe. Hubo un momento, en el cual la chica se preguntó lo que estaba ocurriendo, y dudó acerca de sus sentimientos hacia él, sin embargo, no quería tener una historia más de dolor. De modo que eliminó aquella idea y siguió su rumbo, intentando cumplir sus objetivos, siendo fiel a sus ideales, siempre independiente y feliz…

Fue un evento difícil el cual la hizo aceptar su realidad. En cierta ocasión que se encontró frente a la muerte, se dio el espacio para analizar qué cosas sucedían a su alrededor, cuál era el motor de su vida, qué era lo que había hecho y aquello que había dejado de hacer; qué estaba realmente haciendo en este mundo, y qué le gustaría hacer antes de partir. Sin que se lo pidiera, su príncipe estuvo con ella en todo este tiempo de duelo. La llenaba de atenciones, de cuidados. Siempre estuvo presente, y jamás pidió algo a cambio.

Una noche, de aquellos días trágicos en la vida de la chica, él la llevó al centro de la ciudad. Intentaba que saliera de todo ese ambiente crudo y triste. Realizaron una caminata por los andadores de aquellas calles con edificios de época, intercambiaron ideas y gustos mientras disfrutaban de la música que emanaba de los centros de entretenimiento ubicados en la zona, y saborearon algunos de los platillos típicos que se vendían en el lugar. Cuando estaban a punto de partir, después de una velada agradable y placentera, una vendedora de rosas se les acercó. Él sin más, tomó la más hermosa de las flores y se la dio a la chica. Después de pagar, siguieron su camino y entonces él se detuvo, en medio de un andador, y la miró fijamente. Se acercó lentamente, y entonces la besó. Ella no sabía todo lo que causaba en su persona, hasta ese momento. Dejó que el momento se congelara, y entonces entendió que siempre había existido. Era él.

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