lunes, 16 de marzo de 2009

Atardecer...

Comenzaba a atardecer. El sol de media tarde, la música del lugar, el efecto del ruido de la gente yendo y viniendo, tuvieron un efecto en mi sensibilidad. De pronto, esa luz tenue pasó a tener un tono vigoroso, con matices en ciertos elementos del panorama. Tal vez serían las vueltas y el mundo visto desde ese juego mecánico, o quizás la forma en que caí en la banca que se convirtió en mi mejor opción para descansar. No sé de qué forma, pero mis ojos comenzaron a observar toda una serie de elementos que en otro estado no hubiera logrado apreciar. La brisa del aire me dio un nuevo aliento, y me permitió contemplar todo aquel paisaje. Los árboles y las flores danzaban al unísono del viento. La hojas caían cada vez en mayor cantidad de los primeros, dando una apariencia de tapete en movimiento. Esa música, que lograba enredar más aquellos pensamientos vagos que cruzaban mi memoria. Ruido… Salía de todos lados, y mientras que de ciertos lugares venía en forma de grito ahogado, en otras tantas se acentuaba como risas o llanto. Y de pronto… Algo me susurró aquel amigo… Cerré los ojos para entender mejor lo que me afirmaba, tratando de que mi mente obstaculizara la entrada de tanto bullicio. Pero no logré entender lo que me decía. Mi mirada comenzó a observar el panorama, como buscando la respuesta, y fue que, de un modo extraño, apareciste frente a mi.

No lograba visualizar si eras tú o no, hasta que diste unos cuantos pasos hacia mi dirección. Fue que tu mirada incierta, y esa forma tan peculiar de sonreír, me hicieron darme cuenta de que efectivamente, en un lugar diferente al más común para encontrarnos, estábamos frente a frente. Mis ganas por dormir y el aburrimiento que me abatía, se terminaron pues la diversión comenzaría con tu llegada. Comenzaste a hablar y cuando me intestaste saludar, salté de un brinco para darte un beso y un abrazo efusivos. Entonces corrí impidiendo que tu plática terminara, tomándote de la mano y buscando el juego más cercano para probar. Tu risa, la mía, y el ajetreo sólo hicieron que termináramos de hablar. Llegamos a la fila, y entonces comenzaste a explicarme por qué habías aceptado ir. Subimos. Estaba nerviosa, era claro, pero de alguna forma tu compañía, como últimamente hace, lograba tranquilizarme. Grité… grité más de lo que esperaba, pero fue entonces que me tomaste de la mano, y todo sentimiento de miedo logró neutralizarse. Así ocurrió unas veces más, cuando probamos nuevas emociones. El vértigo y la adrenalina, se hicieron parte del día. Ya habiendo experimentado el temor y la emoción, dimos paso a una charla por el lugar. Había anochecido y de alguna forma, personajes que sólo se observaban en las tiras cómicas, pasaban a nuestro lado y todo el parque brillaba con intensidad. Recorrimos por un buen rato aquellos caminos, mientras la conversación tocaba temas de triviales a interesantes, todo en un orden aleatorio. Pero ya era tarde, la noche había caído sobre nosotros. No sabía cuánto tiempo podrías seguir ahí, y yo también tenía que partir, de modo que la entrada fue nuestra última escala. Te despediste, sonriendo y diciendo que esperabas se volviera a repetir. Te miré a los ojos agradeciendo, y un beso en tu mejilla terminó con aquel pasaje increíble.

Una nueva canción comenzó a tocar. Era una pieza de hace algunos ayeres, la cual parecía tener toques parisinos. Las amapolas y los árboles seguían bailando al compás del viento aquel, que logró deleitarme con un bello pensamiento. Mis ojos lograron apreciar aquel juego de luces que la tarde lograba brindar, reflejándolas en cada uno de los elementos que estaban frente a mi. El bullicio apareció mágicamente, y fue entonces que una voz conocida, logró hacerme volver a este mundo y regresar a mi hogar.

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