lunes, 6 de julio de 2009

En medio de la lectura

Austen era la responsable de que se encontrara en el dormitorio en vez de disfrutar aquella cálida tarde de verano. Imaginaba cada detalle de la autora. Recordó de pronto aquel rostro indiferente. Le pareció que de una forma mágica esos rasgos se dulcificaron hasta convertirlo en un semblante tierno. No es que no lo fuese, simplemente le repudiaba sólo el hecho de pensar en “cursilerías”. Pensó en aquella vida, y en los pasajes de la misma que seguramente desconocía, pero que le encantaría descubrir. Asimiló entonces, que era capaz de enumerar algunos detalles de la vida de aquel extraño joven. Le parecía extraordinario, admiraba elementos de su personalidad, contradecía otros más. Creía, en definitiva, que poseía un secreto, el cual esperaba conocer algún día. Recapituló la lectura, y una sonrisa apareció en aquellos labios, iluminando de pronto esa mirada. Extrañaba su presencia, era cierto, sin embargo, el tiempo era su aliado. Volvería a verlo pronto.

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