jueves, 2 de abril de 2009

Imaginarte

Te escuché. Creí que era tu voz, pero como en repetidas ocasiones, se trataba de una más de aquellas alucinaciones presentes últimamente. Imaginé que me habías encontrado, que habías hecho hasta lo imposible por encontrar aquel lugar, mi lugar. Podría jurar que percibí aquella mirada tuya, tan llena de ternura, penetrante y sincera, y con cierto sentido de alegría al observarme al verme justo frente a ti. Fue cuando tus labios se abrieron para decir una palabra, impredecible e incitante, para recordarme tu voz, esa voz tan clara y serena, tan segura y armoniosa. Sentí tu presencia entonces cada vez más cercana, aventurándote a un mundo diferente. Me hablabas al oído, y el cielo detuvo el tiempo en aquellas frases dictadas, en ese dulce y cálido beso que sin más, dio paso al memorable instante que estaba por escribirse.

La ventisca de aquella tarde estremeció la más honda de mis entrañas, y se llevó con ella todos aquellos pensamientos generados por tu persona, dejando mi alma vacía nuevamente. La puesta de sol me recordó que se trataba de sólo un sueño inalcanzable más. Una trampa para aquellos sentimientos por ti, para los castillos en el cielo que formé, y que, en determinado momento, llegarían a nutrir ese corazón de vehementes pesares y tristezas.

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